Ayer leí un artículo con el que no puedo estar más de acuerdo. Se comentaba la friolera de los dineritos que nos gastamos en comprarnos cursos, asistir a conferencias, sesiones, terapias y demás cositas para llegar a estar bien. Estar bien para ser feliz y entrar todas dentro de ese saco que mola tanto porque eres la elegida, la que ha superado sus traumas, la que sabe a ciencia cierta que lo de infeliz es para otros, que tú te esmeras mucho, te esfuerzas cada día por ser feliz.

Y es que hay tazas que te recuerdan cada mañana que puedes hacer los imposibles, que eres un espacio lleno de posibilidades, que eres eterna, divina, bella y venga a salpicarnos de egos hinchados y doloridos. A todas nos gustan que nos masajeen el ego pero desde luego que vivir imperiosamente la necesidad de ser feliz a toda costa tiene un doble rasero muy pero que muy perverso.

Tengo un nivel de hartazgo bastante considerable con estos mensajes de la psicología positiva. Cambiar el color de tus gafas, anestesiarte para darte la sensación de que todo anda bien, forzar la risa para aparentar que estás bien y que tu vida no se escurre por el sumidero. Y es que la felicidad se ha convertido en un merchandising más , en un producto de consumo del mercado neoliberal, donde compras para intentas tapar carencias afectivas, donde intentas tapar el dolor que sientes porque crees que es inadecuado,  porque en tu fuero interno crees que si lo muestras, serás una fracasada.

Pero en serio, no puede ser que nos vendan la moto una vez más, no es posible. Si de algo tendríamos que hablar es de aceptar el dolor y la felicidad como el mismo combo, como las dos caras de la misma moneda. Como la noche y el día, como lo masculino y lo femenino, como el yin y el yang. Una no se entiende sin la otra. Y las dos forman parte de una vasta y sabia conciencia que habita en nosotras.

La conciencia no distingue estos tonos, simplemente los vive, los deja vivir para luego dejar espacio a nuevas emociones. ¿Por qué nos empeñamos en ir por la vida como robots alegres y festivos a tiempo completo?
Es la tiranía de la felicidad. La felicidad no es ese estado embriagador de subidón constante, es la aceptación de todos tus estados emocionales. Todos y cada uno de ellos, aunque huelan a mierda muchas veces y quieras a toda costa esconderla debajo de la alfombra. No tiene sentido.

No quiero que me malinterpretes, no estoy haciendo apología de la tristeza, ni mucho menos, pero si darle el espacio que se merece, el espacio que a veces habita porque si se lo negamos, la frustración que se genera es tan grande que ni todos los viajes al Caribe pueden tapar esa sensación de insatisfacción.

Hace tiempo una amiga me dijo que ella no iba a intentar aparentar nada más que no fuese lo que sucediese en ese momento, y yo le dije asustada, pero ¿entonces? ¿qué harás delante de la gente o delante de un evento importante?
Y me dijo: lo mismo, quererme tal y como soy en ese momento.

Me dejó tocada.

Te pregunto lo mismo, ¿qué harás cuando te digan que sonrías para la foto? ¿qué harás cuándo te pregunten como estás si estás en una etapa de cambio chunga?
Lo sé, parece políticamente incorrecto, pero lo político en su aspecto formal y protocolario y lo incorrecto a estas alturas me la trae bien floja.

Por eso veo cada día como nos gastamos un dineral en ser más guapas, más listas, en comprar cursos que nos prometen cosas que no pueden cumplir, y al final, veo un mercado basado en nuestras carencias y en nuestro dolor. Está todo almacenado. Qué caro sale ser infeliz a alguien en Occidente.
¿Tú también piensas igual?

 

Te mando un abrazo enorme,